jueves, 7 de mayo de 2009

Por si no te vuelvo a ver.

Por si no te vuelvo a ver.

Estaba a unos cuantos metros de mí. Tenía unos ojos verdes. En realidad cafés claros, pero en mi memoria serán verde tabaco. Verdes como la albaca. De verdad estaba ahí para mí. Y yo para él. Sentí a Dios tan cerca, no porque él me lo recordará, sino porque supe que era de los pocos momentos en que la providencia te revela un poco de sus planes, pero al ser tan complejos y perfectos estos, te abrumas y pierdes la lucidez. Así que capté nuestro destino solo por una fracción de segundo. Al instante siguiente, la providencia dejó que sucediera según mi libre albedrío. Mi espíritu inexperto y cobarde no se atrevió a acercarse, aunque sabía que el alma de él estaba increíblemente receptiva. Él también había obtenido la revelación de una pequeña fracción de la verdad. Pasaron los minutos y mi alma se estrujaba en el estacionamiento infinitamente doloroso de la duda. La suya comenzó a volver a cubrirse, pues no recibía lo que creía inevitable. Alguien vino por él, un alma hermana a la de él, que no gemela. Lo seguí con la mirada, sufriendo el martirio vicioso del arrepentimiento. Él buscó alguna otra alma solitaria para olvidar la soledad propia, aunque solo durara una noche. Mi arrepentimiento se agudizaba con el ardor en el estomago que causan los celos. Ay de mí, llorona. Pero con ninguno de los que probó sintió la explosión divina que los cielos le habían hecho experimentar conmigo. Así que los fue botando. Una pequeña de fuga de agua empezaba a pagar las llamas que castigaban mis entrañas. La cerveza posee un color horrible y un sabor mucho peor. Él iba y venía de un lado a otro y yo no lo perdía de vista, pero de pronto el acecho visual terminó. Y perdí la esperanza que fue sustituida con una bien recibida resignación. La resignación sin embargo puede ser incluso mas dañina, pues te hace abandonar siendo que a veces aún es mucho lo que se puede hacer. Y así de la nada, él estaba allí sentado por el pasillo, con un cigarro en la mano y la otra apoyada en el asiento. Él me sonrió, yo respondí. Fuimos por unos minutos Chale y Güey. Después Luis y Alain. Tenía veinticinco años. Leía filosofía, pero nunca historia. Un contador filósofo. Un capitalista ilustrado. O’Gorman, según él, era un conservador colonialista, además forzaba mucho sus teorías. Los cigarros mentolados causan esterilidad y los chicos de veinte son unos nenes. El se decidió a vivir su vida a esa edad, nunca supo lo que había yo ya vivido, ni lo que todavía me faltaba por vivir. Hacía frío allá afuera. Fuimos adentro. Una caguama. Un sillón de piel, al menos imitación. Su nariz. Una nariz torcida donde podría escalar de por vida. Sus labios se pegaron a los míos. Él comenzó. Me declaro inocente. Sus manos eran muy rápidas, como muchas que conocí. Dudas de nuevo, vencidas por la ilusión. Soy un nervioso friolento y él un clima no artificial. ¿Yo? Muy lejos. Él, metro Villa de Cortés. Lejos es igual a Estadio Azteca. Que me fuera con él. Pero yo necesitaba razones. Quería oír una mentira dulce. Él respondió con una verdad simple: “Por qué te vi desde hace tiempo adentro y te he vuelto a encontrar afuera, no puede ser coincidencia”. Dije sí. Vi muchos caminos distintos, dejé llevarme por él, si Dios lo aprobaba sucedería. Las bolsas tejidas son una bandera enorme que señalan que la facultad a la que se pertenece es Filosofía y Letras. Los pantalones Levi’s, y las sudaderas Zara indican un buen puesto laboral. Sus manos. Sus dedos. Sus hombros. Todo aferrado a mí. Él es mío. Había que mostrarlo. Yo estaba orgulloso, él también. Un taxi. Tlalpan. Un hotel. África en el valle de México. La capital de Zambia es Harare. Quizá es la de Zimbabue. Que más da. Las rayas verdes en su torso. Y sus palabras. Su voz. Sus mentiras. Tan verdaderas. Abandonó la medicina cuando comenzaron las prácticas quirúrgicas. Los números en monedas y billetes quedaron como solución. Yo tampoco soporto la sangre. El estómago pierde su centro de gravedad en los puentes vehiculares. Ambos estómagos. Nunca sabré porque tanto despilfarro. Oaxaca, la cantera, El Tule, el tejate, el mercado, los mochos y el ambiente. Saltamontes en la plática y en las tripas. Condones. Un cuarto con dos camas. Un elevador y a la habitación 101. En el elevador el tiempo se detuvo, alrededor continuó pero, esos 3x1.5x1.5m conocieron la atemporalidad. Hasta el final del pasillo. Dos camas matrimoniales, una pantalla plana, un escritorio, un tocador, un baño, una regadera. La cama más cercana a la ventana estaba dispuesta desde tiempos inmemoriales, pues siempre he soñado despertar de una así. El niño más guapo soy yo. El niño más guapo se llama Alain. Sus labios, su cuello, sus manos, sus brazos. Todos otra vez. Calor que provoca vapor en todos los poros. Respiración que no sabe como sostenerse. Y la garganta que reconoce que se encuentra más cerca de su creador y responde con sonidos guturales, pues de esa forma Dios se comunicaba con nosotros en el principio de los tiempos. Antes de la torre de Babel. Demasiado calor. La ducha. Él y yo. Agua. Mis ojos se secaron, pues mi cuerpo estaba empapado. La burbuja interior de los dos estaba rota desde hace rato, la física se rompió aquí. Todo. Pedí sin palabras que dejara huella, ojalá hubiera pedido mas. Perfume de vainilla. Simbiosis. No hay necesidad de un plan de complementación humana. Todo en un instante. Demasiado bueno para ser duradero. Huellas solicitadas. Pero nunca anticipé lo que quedaba de mí en él, ni lo que me robé de su alma. Intercambio estelar. Estrellas en mi piel. Él. Cada centímetro intercambiaba energía. Hasta el cansancio. Sueño. Tan parecido a la muerte. Una muerte deseada, pues evita la desilusión y la melancolía postcoital. Sus pies. Sus manos. Armando Manzanero y Angélica María. Perla Blanca y Armando Moreno. Mis nervios. Mis complejos. Sus padres eran conservadores y no querían saber nada sobre los amoríos de su hijo menor. Tlaxiaco, agua de mugre, el 20 de Noviembre. Él mestizo y yo zapoteco. Aunque no te la creas. Háblame más de ti. Fiestas fresas. Cervezas baratas. Buena música. Los planes del día. La Besada. Dime dónde encontrarte. Su sonrisa. Tómate esta botella conmigo. En el último trago nos vamos. Otra vez a dormir con extraños. La ropa regresa. Todo en orden. Se abandona la habitación, es medio día. Las escaleras es donde se dice adiós. Y yo nada. No dije nada. No reaccioné ante lo evidente. En la calle fuimos dos desconocidos. Adiós. Por fin hablo: Bésame una vez mas. Por si no te vuelvo a ver.

La Niña

Creo que quedará así; no se me ocurre nada más.

La Niña.

Beatriz tenía sueño. Estaba harta, disimuladamente ebria. Se negaba a dormir sobre las mantas que se le ofrecían. No fue cortés. No disimuló su desprecio. La cama que la esperaba en su propia casa no era muy distinta a este cálido montón de telas esparcido en el suelo. Pero el papel que había adoptado, desde el principio de ese día, no podía ser modificado ahora, a riesgo de una representación inverosímil. En los últimos meses, el uso de máscaras, sobretodo la faceta que hoy lucía, había tomado un carácter prácticamente cotidiano. Su casa misma tampoco era muy distinta a la en que se encontraba. Pero no. La niña no dormiría en esas condiciones. En realidad, además del miedo que le causaba el ser descubierta en plena actuación, temía el momento en que las luces se apagaran, todos callaran y el silencio le permitiera escuchar los engranes de su cabeza. En casa los oiría de cualquier modo pero en la intimidad tenía permitido desmoronarse. Así que puso en claro que no dormiría allí. Exigió ser llevada a su casa.
Lo de hoy, estrictamente ayer, considerando la hora, había comenzado por la tarde con el pretexto de un cumpleaños. La mejor amiga de Beatriz, Isabel, era la celebrada y anfitriona. Así la vivienda de esta se llenó de adolescentes cazadores de senos, muchachos sedientos de alcohol, señoritas de largas uñas y sonrisas blancas, jovencitas en busca de alguien inferior a quien humillar. Algunos llevaron regalos caros, inexpresivos. Otros de pacotilla. Sólo unos pocos poseían la carga emocional que sus dueños dejaban en claro habían motivado su elección. Todos se saludaron con grandes, empalagosos y húmedos besos de mejilla. Todos los invitados bebieron. Todos criticaron enérgicamente a la cumpleañera, sin que esta los escuchara obviamente, pero con la ineludible certeza de que los rumores le llegarían, con suerte, aumentados y expandidos con texturas ajenas a las que ellos habían otorgado al momento de la creación. Beatriz no había pasado desapercibida. Mas tarde su participación en la reunión sería puesta sobre la mesa, mordisqueada, triturada e ingerida hasta el hartazgo. Quizás hasta la indigestión. Pero ella dio de que hablar, se lo había ganado a pulso.
En un rincón poco visitado de la casa había sido descubierta semidesnuda y con la boca llena. Nada anormal si el miembro en su boca perteneciera a cualquier otro chico y no precisamente al del novio de la prima menor de su mejor amiga. Beatriz había sido seducida por el joven garañón desde meses antes, cuando la relación con María, la prima, era buena. Beatriz no había cedido por diplomacia, más cuando recibió información de las supuestas injurias que María expelía en su contra, la situación cambió. Esto tenía apenas unas semanas de acontecido y la información nunca fue corroborada, y no es que le interesara hacerlo. Así que ahora tenía pretexto para infligir daño hortero. De mostrar su dotes de perra vengativa, talento tan apreciado por sus amigas. Así que miró coquetamente a Alfredo, el novio, sonrió, repasó sus labios con la lengua delicadamente, tiró su bolso. Que bueno que él estaba cerca para recogerlo del suelo). Fue con él a por más cerveza, al caminar lo abrazó discretamente, juntó su cuerpo al de él hasta la incomodidad, le pidió que la acompañara al baño, maldito calor que había arruinado su maquillaje. Del baño al patio trasero no había mucha distancia, menos aún cuando no se ofrecía resistencia. Primero los besos, solo los labios, después las lenguas, a continuación saliva hasta en la nariz. Las manos iniciaban a reconocer el terreno, los pechos, las nalgas, los muslos. La venganza le proporcionaba un incentivo sexual increíble. De rodillas, sin dejar ser sujetada, tomaba el control. Un mordisco y su temporal aliado desaparecería. Otra pareja buscaba un poco de privacidad, al menos aparente, en los rincones del gran patio. ¡Que escándalo! La recién llegada se volvía a la casa para dar cuenta de lo que acababa de ver, al mayor número de asistentes posible. Su chico la seguía molesto y con la libido truncada. Mientras, ella recibía de su víctima la esperada recompensa. Alfredo gemía, se retorcía, por unos pocos segundos caía a los pies de Beatriz sin cambiar de posición.
Cuando ambos retornaron a la fiesta, cada uno por su cuenta por supuesto, fueron recibidos por una variedad de rostros con las más diversas emociones. Los había congelados por la ira, como los de María y sus amigas, que fueron sorprendidas por el brutal ataque, aunque una vez recuperados se volvieron de ira; había rostros con sonrisas que vitoreaban o bien los pocos escrúpulos de Beatriz o bien la masculinidad abrasadora de Alfredo; algunos rostros mostraban desprecio por las actitudes inmaduras de ambos; mientras unas mas, no disimulaban felicidad, el conflicto originado era el plato fuerte del día y la comida estaba vivita y coleando, a punto de cocinarse mutuamente en los ácidos y fluidos de su coraje. El rostro de Isabel estaba en un punto muerto sin que tuviera que fingir; por un lado Beatriz, su compañera de batalla, cuantas carnicerías habían pasado juntas, ahora no podía poner cara de mosca muerta, nadie lo creería, ni ella misma; en la otra mano, María, no muy cercana pero familia al fin de cuentas; no veía escapatoria, debía fijar una posición ya, y cualquiera que fuera despertaría el tan temido cotilleo. El fragor del combate diminuyó en ese momento, pues el novio de Isabel entraba en ese momento junto a Santiago, hermano de ésta, con el pastel en alto y todos se redujeron en sus expresiones y pusieron caras con sonrisas y manos que aplaudían.
Santiago estaba harto de los invitados, de la fiesta, de su hermana y de Beatriz. Su reloj daba las cuatro de la madrugada. Por la casa aún persistían un par de grupos de chicos ebrios que discutían sin sentido. Las habitaciones de la planta alta estaban llenas de chicas demasiado ebrias como para irse por su propia cuenta o como para llamar a alguien que fuera a por ellas; inclusive la planta baja estaba convertida en un campo de refugiados, indefensos por el alcohol. Su hermana iba de arriba abajo, como voluntaria del campo, repartiendo colchas para dormir sábanas y almohadas. Tenía sueño y la negativa de Beatriz a pasar allí lo poco que quedaba de noche se había convertido en un suplicio de ella e Isabel para ser llevada a su hogar. Beatriz quería irse e Isabel estaba harta del comportamiento de su mejor amiga. Pero Santiago no quería atravesar la ciudad a esa hora de la madrugada manejando cuando sabía que lo poco de alcohol que había consumido, lo dejó lo suficientemente mareado como para estamparse contra cualquier auto. Fue directo. En voz alta maldijo el momento en que se le otorgó el papel de chofer y se pensó en cumplir los caprichos de una niña imbécil y problemática. Beatriz escuchó, sólo en partes el griterío. Se propuso acabar con el orgullo de Santiago, aplastarlo. Se acerco a él, le pregunto dónde había quedado la novia, le pidió que le encendiera un cigarro y se inclinó cuidando dejar por unos segundos sus pechos columpiando. Comentó, así como por casualidad que sus padres no estaban en casa y que quizá pasaría la noche en una casa sola. Que santiago merecía algo mejor que esa Rosario con la que salía, pequeña interesada. Y Santiago relacionó todo como ella quería. Tomaría el auto, la llevaría a casa, ella lo invitaría a pasar y la desnudaría en el pasillo, tendrían sexo en el cuarto de sus padres y vería las estrellas desde el otro lado de la ciudad. ¡No! No esperaría tanto. Que fuera abajo. En el coche mientras el conducía por los cuatro carriles atestados de automóviles y con curvas cerradísimas. Saludaría cortésmente a los policías que encontraran en el camino, mientras los cabellos de Beatriz le hacían cosquillas en las piernas. Le tomaría unas cuantas fotos desde la perspectiva que tenía en el asiento del conductor. Lo mejor sería verla con la boca llena, el perfecto modo de callar a esa tonta. Pero la madre llegó en ese momento y ella no permitiría que su hijito atravesara la urbe solo y con esa chica tan antipática. Ella también iría. Al caño las fantasías de Santiago. Pero la madre, escandalizada ante lo que había encontrado al llegar a casa decidió también hacer pagar a la cumpleañera. No entendía como una niña tan bien educada como su hija organizaba orgías etílicas en las que se reunían los jóvenes que peor exhibían su falta de valores. Así que en el compacto de Santiago subió la madre con su prole alcoholizada y una Beatriz nauseabundamente parlante. Santiago conduciría, la madre de copiloto para vigilar la velocidad a la que conducirían, atrás Isabel para soportar lo insoportable. Una carretera malamente ampliada sube a la cordillera que divide a la ciudad en dos. Gobiernos populistas y corruptos. Curvas. Ebrios zigzagueando con la música alta. Las luces de la ciudad se apretaban en el pequeño valle y se apiñaban en las montañas. Hasta la niña Beatriz calló para concentrarse en la vista. Simplemente hermosa. Una buena postal antes de morir. La carretera comienza aquí a descender en el valle occidental. A la derecha una calle mal iluminada perpendicular a la carretera. Ahí debían desviarse. Al fondo de la calle. Una casa grande y a oscuras. Que se baje de una vez por todas. Besos de despedida. Besitos. Adioses con la mano y la promesa de que la familia llamaría a la niña cuando regresaran a casa. Buenas noches. Beatriz cerró la puerta y se arrojó al primer sofá que se puso en su camino. Cinco minutos después dormía. Nada que temer. Sueños dulces. Este encuentro social le debía conceder el Nobel Bélico. Mañana llamaría a Isabel y juntas pondrían los chismes como una montaña de nueces sin pelar. Afanosamente quitarían la cáscara, las partes no comestibles interiores, hasta dejar el corazón limpio, listo para ser devorado.
Santiago dio vuelta al compacto y regresó a la avenida. Una camioneta bajaba por el carril de alta velocidad, el más lejano al de incorporación. Un mal cálculo. Un conductor que parpadea. La camioneta golpeó al compacto justo en el medio y lo partió en dos.
Ebrio conductor asesina a una familia entera en aparatoso choque automovilístico. El accidente sucedió alrededor de las cuatro de la madrugada de este domingo en la pendiente occidental de la avenida Del Cerro. Un ebrio que conducía a exceso de velocidad se impactó contra un automóvil que se incorporaba a la circulación. Dentro del auto se encontraban Ana Barajas Meneses, de 51 años, y sus hijos Santiago Luna Barajas, de 20 años, e Isabel Luna Barajas de 18 años de edad. Todos ellos con dirección San Víctor 14, en la colonia Residencial Faldas del Cerro del Norte de esta ciudad capital. La familia venía de regresar a su domicilio a Beatriz Solar Núñez, cuando, según testigos fueron impactados por una camioneta tipo Suburban, la cual huyo del lugar de los hechos y por el momento se desconoce a los tripulantes de dicha unidad y su paradero. Los testigos aseguran que la camioneta iba a exceso de velocidad y continuamente zigzagueaba, por lo que se cree que el conductor se encontraba en estado de ebriedad. Al momento del impacto, el auto de la familia Luna Barajas se partió a la mitad y Santiago Luna Barajas salió disparado fuera del auto pues no portaba el cinturón de seguridad y feneció instantáneamente; Isabel Luna Barajas que se encontraba en el asiento posterior quedó prensada por la carrocería y perdió la vida antes de que los auxilios médicos hicieran su arribo; en cuanto a Ana Barajas Meneses, quien milagrosamente salvó la vida en el aparatoso accidente, fue transportada inconciente y en estado crítico al hospital regional donde falleció a las pocas horas de ser ingresada. Según los vecinos que acudieron a auxiliar a la familia Luna Barajas, Ana Barajas Meneses preguntó por el estado vital de sus hijos antes de perder el conocimiento. La señora Ana Barajas Meneses es viuda y sin familiares cercanos, por lo que amigos de la familia han preparado los cristianos funerales.