lunes, 21 de diciembre de 2009

Déjame
Que parta y que me parta
Que se quiebre la fe y la esperanza
Y las retorcidas mentes tienen razón
Porque no hay nada que rescatar
Sólo caída eterna hacia lo más profundo
Dios está lejos
No queda nada a lo que aferrarse
Esto es caída libre
Déjame
Deja que caiga
Golpearé cada resquicio hiriente
Esto será un ojo ennegrecido
Nada fue cierto
Porque nada lo es
No entenderás
Le he dado setenta vueltas desde el final al principio
Y sigue tan metido en su caparazón aún
Si necesitabas más
Perdón
Verás
Fue propuesto como cuadro realista
Pero es cierto que señalé hacia donde quise
Chico, mira la cara pintada de añil
Tiene los ojos en blanco porque desea un abrazo
Adormécete, deja de llorar
Puedo contar cada una hasta mil
Habrá con que conservar la carne
Chico, calla
Deja que crea todo esto
Será así
Fácil
Económico
Eficiente
Suelta la cuerda
No olvides que el nudo va alrededor de tu mano
Y la otra punta en el árbol
Ya
Basta
Es todo por hoy.

martes, 1 de diciembre de 2009

El desaparecido.

-No sé por dónde se fue. Salió todo borracho por ahí de la medianoche. Bien les dije a mis hermanos que no le dieran de tomar a ese hombre porque no sabe y luego bien borrachote se pone. Pues que no me hacen caso y desde que se sirvió la comida le andaban dando mezcal dizque para despanzonarse. Y ya luego cuando estábamos bailando, a cada rato le pasaban cervezas de a cuartito y el otro bien mareado. ¿Qué no ve que cuando la sacó a usted a bailar puro la pisaba? Yo me dí cuenta que hasta rojo estaba de la cara. Y cuando hicieron La Víbora de la Mar se cayó hasta donde estaba el padrino con su esposa. Yo, después de que se fue la banda, mejor me metí a dormir. Ya puro borracho quedaba en las mesas y yo no tenía pies pa’ ayudar a levantar botellas. Hice un huequito entre mi hermana que estaba con sus chamacos a los pies del Santo y ahí me metí con los míos. Pues serían como a las doce cuando me dijo que quería dormir y que no encontraba donde acostarse. Yo lo mandé a la chingada. Le dije que arriba de la mesa y que se tapara con un mantel o que se metiera al chiquero con los cuches. Pero como al cuarto de hora me arrepentí y me paré para ver donde se dormía. Pero ya no lo encontré. Dicen que se salió a mear porque el baño estaba ocupado y ya no aguantaba las ganas. Y ahí lo fui a buscar, hasta el arroyo llegué buscándolo. Y nada. A esa hora me empezó a entrar la culpa. ¿Y si por mi culpa se fue? ¿Qué tal si de lo borracho se regresó a la casa? ¿O si se fue con otra? Porque ese hombre, mami, me da cada coraje. Pero ya me resigné a que no va a cambiar. Na’ más con que yo no me entere; que vaya a hacer sus cochinadas por donde se le ocurra y que me deje a mi con mis hijos y me de lo de la comida. Ya como a la hora fue que de verdad me preocupe y mejor desperté a Pepe y le dije que no volvía. Y pobre Pepe, se fue como a las dos de la mañana con tío Chico a buscarlo. Ya después se fueron Mateo con Elías y mi compadre Jacinto a ayudarlos, cuando se les bajó un poco la borrachera. Y yo con el corazón en las manos. Hasta me metí a rezarle al Santo un rato. Como a las cuatro de la madrugada regresaron. Pepe me dijo que me durmiera, que no lo habían encontrado pero que seguro en la mañana aparecía y que dejara de preocuparme. Pero, mami, ni pude dormir del pendiente. Ya ve usted al otro día que nada. No apareció ese hombre. Ni porque todo el pueblo se fue a buscarlo hasta donde empieza Güilá. ¡Ay mami! ¿Qué voy a hacer si no vuelve? ¿Cómo voy a criar a mis tres chamacos? De suerte que el grande ya me ayuda, pero con los otros dos ¿qué cosa voy a hacer? Si ni con la cosecha deja pa que comamos bien, menos si no hay nadie que vaya al campo. Y mi papá que tanto se enojó cuando me fui con Santiago, bien que sabía pues a donde me estaba metiendo. Desde allá arriba o donde esté, papi, haga usted por mí. No lo escuché cuando estaba usted vivo pero le prometo que muerto si le hago caso. Es que, mami, usted sabe que cuando una es chamaca no piensa uno y a lo zonzo hace uno las cosas. Y ese hombre no sé que me hizo, mami, que toda atolondrada me traía. Pero ya vio que bonito se portó conmigo antes de que nos casáramos. Y lo bonito que estuvo la fiesta. Bailé tanto. ¿Se acuerda usted que lloramos antes de salir de la casa? Y me dio a mis tres hijos, chulos mis hijos, los tres salieron buenos, hasta el más chico que salió en lo tremendo a su abuelo. Por eso me da miedo que esté con otra. Yo le dije que no importaba que anduviera con otra, pero que viviera conmigo. Que pasáramos juntos a dejar a mi hija o a recibir a las nueras. Que juntos los criáramos pues. Aunque ahora que me acuerdo, ¿usted cree que la semana pasada me dijo que sentía que lo seguían? Y creo que también alfo así me dijo antier. Es que andaba por el camino que viene de Teitipac, venía de dejarle la carreta a mi compadre Lauro, cuando dice que sintió que venía alguien atrás de él. Y que cada que se volteaba, segurito sentía que se escondían de él. Y dice que llegando a la mojonera se encontró a una mujer que estaba sentada bajo un pirul comiendo tortilla con sal y él que la saluda pero nada le respondió. ¿No se lo habrá llevado la bruja? Ya sabe usted que mucha envidia le tienen en su familia. Pendeja esa gente. Dicen que el tuvo la culpa de que se muriera mi suegra. Si él era un muchito cuando falleció doña Isidra ¿qué culpa va a tener? Mami, mejor voy a traer una veladora para el Santo, para que me lo cuide. ¿Usted también viene? Hay que rezar mucho.


-Vámonos pa’ la cocina, ahí le cuento todo. Siéntese usted, ya sirvo el chocolate. Pues dos semanas anduvo perdido Santiago porque se perdió el 6, el día de la fiesta y hoy estamos a 21. ‘Péreme, voy por el pan. Empecemos por el principio. Dice que lo que recuerda es que tenía muchas ganas de orinar y se salió a la calle pero todos los borrachotes estaban orinando ya en la pared de la casa y de pronto se pusieron a pelear, por eso mejor se fue caminando un poco más hacia el arroyo. Dice que mientras estaba orinando oyó como si alguien anduviera entre los arbustos y se imaginó que era otro meón. Pero el sonido se acercaba a él, como llegando por su espalda. Entonces se apuró y cuando terminó se volteó a ver que andaba por ahí. Entonces, como a unos diez metros, vio una mujer parada, dándole la espalda, traía un huipil blanco, como los de Yalalag pero con el pelo suelto que le llegaba a la cintura. La mujer le decía que la siguiera, que se sentía sola, que la acompañara un rato. Dice Santiago que su voz era muy triste, tanto que por poco se pone a llorar. Por hechizo se fue tras de ella. No podía pensar en nada más. Pero caminó como dos horas y nada que lograba alcanzarla, y la mujer seguía a la misma distancia de él. Y la mujer nunca volteaba, y pues ni hace falta decir que era una mujer muy guapa, pero Santiago no podía ver más que un poco de sus ojos. Sus pies estaban sucios del lodo del arroyo pero se notaba que estaban sangrando y a Santiago le dio mucha lástima y quería ayudarla. Siguió caminando tras de ella mucho tiempo, ni lo notó. Hasta que salió el sol como que despertó de la ensoñación y pensó en que había caminado toda la noche, que tenía los zapatos y los pantalones embarrados de tierra y pasto. La camisa dice que la traía llena de espinas y la cara llena de rasguños. En donde empieza un cerro que quien sabe como se llama la mujer por fin se paró. Y él quiso hablar pero donde que podía, y dice que la boca la tenía llena de baba blanca. Se acercó a ella lo más que pudo, con la mano le tocó el cabello y se lo acomodó del lado izquierdo. Entonces la mujer que se voltea y ahí se dio cuenta de que es lo que pasaba. Tenía una cara de caballo, con la boca abierta y los dientes juntitos, como si se estuviera riendo de él. Santiago se asustó muchísimo, pues cómo no. Sí mamá. En chinga que se echa a correr hacía donde dispuso Dios y corrió y corrió hasta que se le acabaron las piernas y entonces se desmayó. Cuando se despertó vio que a lo lejos se veían las luces de un pueblo y hasta allá caminó pero ya no alcanzó a llegar. Otra vez que se desmaya. Ya cuando despertó estaba en casa ajena pero mis hermanos ya lo habían encontrado. Dicen que un señor lo encontró tirado entre la milpa de su tierra y entonces se lo llevó a su casa porque bien vio que estaba enfermo ese hombre. Y cuando fueron a preguntar por un desaparecido pues se los mostró y así lo encontraron. Gracias a la virgen que Santiago tuvo la fortuna de que lo encontrara un alma noble, sino ¡imagínese! yo si pienso que eso fue cosa de brujería, que alguien con envidia le echó a la Matlacihua. Porque esa sólo sigue a los malos o cuando le prometen algo por andar asustando a los hombres y Santiago es un buen hombre. Voy a ir a Tlacolula a ver a una curandera para que le quite el susto y para que me diga si hay alguien que le trae ganas de verlo sufrir. Cuando me diga quien es, que se ponga listo el condenado o condenada porque va a ver como somos las mujeres de mi familia. Nunca dejaré que me separen de mi marido, mamá. Ya ve usted lo que me costó amarrarlo, pus ora ni pendeja lo suelto.
Estás en los huecos de mi colchón
Estás en los recovecos de mis cobijas
y en las manchas de las sábanas
Estás en la pared como líneas de tu mano
Estás en cada pedazo de algodón que has dejado aquí
y en las partículas que respiro
Estás entre mis libros
Estás escondido entre mis filmes
y abundas en el cajón
Estás en los cabellos del piso
Estás en la basura
y en el espejo que miro
Estás en las huellas sobre el sofá
Estás en las migas de la mesa
y en los restos de café
Estás en el refrigerador como carne expectante
Estás en el aroma de la menta
y en la comida pegada a mis platos
Estás en mi coronilla
Estás en los moretones de mi cuello
y en los restos de semen que dejaste en mi vientre
Estás abajo, arriba, atrás y adelante
Estás de noche, de día, en el sol y en la luna
Estás en el aire, en el fuego, en el agua y en la tierra
Estás dentro y fuera, aquí y allá
Perpetuo, perpetuo, perpetuo.

Treinta minutos antes.

Faltan menos de treinta minutos
Sigo sin saber nada
Pensé en las totalidades
El mar, el desierto
No sirven
Pensé en la mañana de nubes en las coronas de las montañas
Y en el viento de un día de Noviembre
Tampoco son útiles
Deben a su inmensidad su carácter sublime
Tú no
Eres pequeño, mucho
Y todo lo que pueda decir ahora es basura

Otra vez, sólo tú
Vacío
Es lo más semejante, nada se convierte en todo
En tus brazos, no puedo hablar
No hay motivo
Nada excepto el ardor en mi pecho
Nada pero el olor que se quede
Cursi, todo suena cursi
Hace tiempo que dejó de preocuparme
Hartazgo para sentir la explosión de mil cosas que no entiendo
Que explote todo
Que explotemos y nos liberemos de los cuerpos
Amor, amor, amor
Sabiamente, un revólver en la sien
Sabiamente, una sobredosis y un fin juntos
Juntos hasta que seamos tierra y cielo
Tan lejos y tan cerca
Y seremos sustento de todo
De lo bueno y de lo malo que crecerá sobre ti y debajo de mi
Tú de nuevo
Un do perpetuo
Una bolsa en el viento
Una gota que cae del cielo
Inservible
Diminuto
Porque eres tan grande
Tan inmensurable
Nada
Que no necesite de tus palabras para escucharte
Ni de tus cicatrices para leerte
Que desaparezca todo
Otra vez
Sólo nosotros
Calor y luz
Tú y yo bailando.

El número uno.

Qué solo se ve ahí sin nadie cerca.
Sentado en esa banca, solitario.
Con la esperanza de que el bús pasará.
No habrá bús.
No habrá comida recién hecha al llegar a casa.
No habrá con quien dormir al llegar la noche.
No habrá un brazo flexionado que cree un espacio donde llorar.
Pobrecito ahí solo.
Ya camina por la calle vacía desesperanzado, con frío en la espalda y la barriga ardiendo.
Míralo al desgraciado.
Nadie verá los paisajes que ama.
Nadie escuchará cantar los pájaros al amanecer con él.
Que triste es el número uno.
En rojo se tornarán las gotas
Cuando el océano y el cíclope anuncien
El espacio odiado de las horas
En que un escarabajo el sol eclipse
Y las máquinas dejarán de funcionar
Y puedo asegurar
Que la lluvia se endurecerá
Hasta que vuelvas a caminar por el ombligo.
Tu boca azarosa es coladera
Responsable de mutilaciones
Cobarde y tramposa
Donde he caído yo
Donde he roto mis costillas y tobillos
Porque mis dedos tiemblan ante la resaca
Y cual alcohólico sólo un poco más de saliva ayuda
Mis pantalones he tirado lejos
Llenos de orines secos
Pues el miedo ya es terror y el terror se cierne en error.
En tus ojos veo olas de mar nublado.
En tu piel encuentro la humedad del pasto.
Eres día de lluvia, nube, bosque, cascada.
Eres agua caliente servida junto al hogar.
Debo romper tu pecho para que no exista barrera que me impida fundirme a ti.
Debo comerme tus labios, tus ojos, tu vida, para que no me vayas a dejar.
Debo cortarte la lengua y usarla cuando necesite consejo.
Debo amarte pues estoy incompleto.
¿Qué pasará si después de ti queda la muerte?
¿Qué pasará si acabo previo a donde estoy?
¿Qué si te descubro incapaz de ser héroe?
¿Qué si las canciones me regresan convertidas en dagas?
¿Qué si te causo dolor?
¿Qué si cada huella la intento borrar con culpabilidad?
¿Qué si eres pasado, presente y futuro?
¿Qué si eres arriba, abajo, izquierda y derecha?
Me lleno de cuerdas.
A través de mi boca pasan a mi esófago.
En mis ojos se vuelven cáncer. Cáncer que provoca ceguera.
Cada sonido silbante que pronuncian mis labios corta un poco de atadura interna.
Cada vez que lo hago es porque me obligas.
Cada arremetida de locura tuya inyecta ácido en esas fibras.
Poco a poco más libre.
Liberado no sé qué haré.
No tengo miedo.
No quiero pensar.
Quiero ser contigo.
Quiero ver hojas verdes, cielo azul y café en tus ojos.

De cómo Daniel se volvió vegetal.

La tarde de un viernes Daniel llegó a su casa con las tripas chillándole. Estaba mareado y con la piel hirviendo. Aunque el nivel de alcohol en su sangre era bajo sentía que perdía el suelo a cada instante. Su poca tolerancia a cualquier tipo de brebaje etílico lo había convertido en el borracho que todos querían llevar a su fiesta ora para grabarlo cuando baila sin ritmo, hablaba en francés o cantaba rancheras, ora para fotografiarse con él cuando roncaba con la lengua de fuera. El caso es que ebrio, pero inhibido, Daniel irrumpió en la cocina buscando algo que comer pero no encontró nada sobre la estufa. Buscó en el refrigerador algún traste que contuviera la comida del día en temperatura baja para no descomponerse. Buscó, después de no encontrar algo recién hecho, los restos de un guisado de los días anteriores pero tampoco encontró nada. Se sentó en el comedor intentando poner sus neuronas a buscar la manera de pedir gentilmente a mamá que le preparara la comida sin que ésta armara un escándalo por su estado alcohólico. A los diez minutos, y sin encontrar una manera amable con la cual pedir tan apremiante favor, se decidió y tambaleándose subió las escaleras rumbo a la habitación materna; su estómago estaba comiéndose a si mismo y si no ponía solución era probable que siguiera con el hígado y los pulmones. Gritó una oración sin sentido a todo volumen, pues la lengua chocaba con las encías y los dientes, antes de percatarse de que no había nadie en la recámara. Ahora se sentía más tonto por haberle gritado a una cama vacía. Pero, ¿dónde estaría mamá? Ella nunca salía de casa, menos hacía las cinco de la tarde cuando alguno de sus hijos no había todavía aparecido en casa para recibir unas ricas albóndigas en salsa de chipotle. Daniel se dio cuenta de que la casa estaba vacía, pero no encontraba explicación pues era día feriado y papá había jurado solemnemente que ese día ni un temblor lo sacaría de la cama. Una hora después, Daniel estaba sentado en la cocina frente a la estufa. Frente a él un caos de cascarones, salsa, huevos quemados, botes de mayonesa, mostaza, catsup, daba testimonio de sus ingenuos intentos por cocinar algo, como no logró preparar nada comestible siguió con las envasados pero quiso la suerte que absolutamente todos estaban vacíos. Pobre Daniel. Puso patas arriba la pequeña cocina sin encontrar pista de al menos un enlatado, cosa muy rara pues mamá siempre almacenaba una cantidad exagerada de estos alimentos por la fobia que tenía a las guerras nucleares, Daniel nunca conseguía explicarle que una bomba atómica no le dejaría nada de cuerpo siquiera para beber. Pasada otra hora Daniel tomó el teléfono, casi llama a la policía pero imaginó las risas de unos demoníacos judiciales al verlo incapaz de romper un blanquillo. Pensó en todos los números posibles pero ninguno le pareció el adecuado. Desde un principio, sólo uno le retumbaba dentro del cráneo. Así que descolgó y marcó el número de Constante. Vegetales.

Casi daban las diez de la noche cuando Daniel por fin llegó a la casa de Constante, en una colonia enorme con laberínticas callejuelas. Encontró la puerta abierta, así que pasó sin llamar a la puerta. Era una casa de dos piezas, muy larga, en forma de rectángulo, con almacenes de partes de auto robadas como vecinos. En la primera parte de la casa sólo se podía circular pegado a la pared, pues el resto de la gran habitación estaba llena con mesas convertidas en pequeños invernaderos donde crecían enormes verduras que hasta al más estricto vegetariano le harían perder el apetito; en el espacio debajo de las mesas se alcanzaba a ver esparcidas todas las variedades de cereal existente, pero cada semilla había sido cortada en múltiples pedazos y luego torpemente vuelta a unir con tosco silicón. Pasó Daniel al siguiente cuarto, encontró a Constante sentado en una silla pequeña, como las que usan los niños en el jardín de niños, frente a él estaban mas de esas verduras enormes pero estas tenían ojos, bocas y peluquines artificiales e incluso algunas tenían lápiz labial en los labios o bigotes sobre las boquitas. Constante leía a las verduras Alicia en el país de las maravillas. Cuando advirtió la presencia de Daniel hizo un gesto con las manos que pedía un momento, después continuó relatando como Alicia se encontraba en medio de un partido sin sentido con flamencos y erizos. Sólo se detuvo cuando el capítulo concluyó, entonces cerró el libro y les dio las buenas noches a las verduras con vestimenta. Saludó a Daniel, le dijo que la cena estaba lista, que esa noche se rompía la dieta diaria, que hoy se atragantarían con un caldo de camarones, pasta a la boloñesa, arrachera en salsa verde y coquitos en dulce de panela. Daniel no supo que decir y se dejó conducir hasta la mesa, donde Constante le puso una servilleta blanquísima en el cuello y un gran platón con camarones de un anaranjado intenso. Daniel dio un primer trago tímido, la comida estaba deliciosa, los camarones jugosos y el caldo picante; demasiado para contenerse, comenzó a comer tan rápidamente que era imposible masticar con suficiencia los mariscos. Constante se excusó diciendo que acaba de cenar pues se había desesperado con la tardanza de Daniel. Al caldo le siguió una pasta que le hizo alabar a Italia las pocas veces que la boca se le vaciaba. Con la arrachera tuvo más cuidado, pero dejó de utilizar los cubiertos y metió las manos para destazar la carne, la salsa le dejó la cara caliente y las mejillitas rojas. Por último, los coquitos dulces fueron la cereza del pastel. Cuando hubo terminado se dio cuenta de que sus ojos se ponían irremediablemente llorosos y, aunque en un principio trató de evitarlo, al poco rato lloraba a moco tendido mientras Constante le pasaba pañuelos. ¡Que lleno había quedado¡ le costaba moverse y no se imaginaba como podría volver a su casa con semejante barriga. Cuando pudo dejar de lloriquear, quiso levantarse de la mesa y lo hizo de golpe, pero de golpe cayó al suelo, tanto había subido de peso que sus piernas no podían mantenerlo de pie. Pero Constante estaba preparado para todo y fue a por una vieja silla de ruedas. En silla de ruedas Daniel fue llevado hasta el fondo de la habitación-cocina-sala de lectura, y fue acostado con poco cuidado sobre un colchón usado puesto sobre el suelo; sobre el colchón abundaban cojines con estampas de animales estilizados, como si de una cuna se tratara. Constante lo cubrió con una gruesa manta color café, le dio las buenas noches y se acostó en la cama que se encontraba al lado del colchón-cuna. Esa noche Daniel soñó con enormes pescados de grandes dientes a punto de devorarlo mientras el flotaba sobre un mar embravecido y sin tierra a la vista; con sanguinarias reses que lo perseguían con intenciones de clavarle las astas en el cuerpo; con manadas de pollos que lo picoteaban y él no podía huir de ninguna de las situaciones pues su estómago estaba más lleno que nunca. Al despertar la pesadez no lo acosaba más, se sentía ligero como un globo y como éste, carente de extremidades. Asustado, movió la cabeza buscando sus manos, que seguían en su lugar. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Por qué no podía mover más que la cabeza? Y además, ¿por qué tenía un extraño brillo en la piel, como si se hubiera metido en aceite? Desde la cocina le llega el sonido de Constante cocinando y el olor de la comida. Otra vez tenía hambre y mucha.