viernes, 14 de enero de 2011

Tercer sueño.

Mi casa es la antigua casa de Lorena en San Agustín Etla, en la punta de la loma. En un único cuarto estamos listos para dormir. Deseo recordar de dónde veníamos esa noche y que hacías tú con nosotros. Pero mis recuerdos comienzan al amanecer, Lorena me regaló un perro, pero había muchos más paseándose en la casa. Tú y yo dormimos en la misma cama, como siempre, enredados, durmiendo entre miles de cosas que tuve que apartar una noche antes para que encontraras espacio donde dormir, el resto de mi familia había domido por ahí, en ese cuarto gigante pero ahora, ya despiertos, hacían mucho ruido con sus hábitos de limpieza en la planta baja. El maldito cachorro andaba a sus anchas en mi gran cuarto, orinando todo lo que podía; cuando amaneció, el piso parecía recién lavado pero sólo era orina canina. Era de mañana y no podía más con los olores del perro, te dije que volvía enseguida mientras iba por el kit de limpieza. Pero tuve que caminar kilómetros para llegar al extremo de la casa donde se amontonaban las cosas de mantenimiento, la travesía me llevó cuesta arriba y abajo, con un muslo de pollo en el bolsillo como reserva de energía. Después de tomar una cubeta con un mechudo, regresé sobre mis pasos, podía ver mis huellas en la hierba. En el camino me topé una escuela de biología, sufrí acoso de parte de unas alumnas, tuve que golpear a la más agresiva con la cubeta y salir huyendo. Cuando llegué a casa era casi de noche, tú te colocabas de nuevo la ropa de dormir, pensé que te quedarías otra noche a dormir conmigo. Me senté en la cama para sacar el montón enorme de vivencias reservado para tus oídos pero Maty entró en escena llamándonos para recibir a Cari, la hermana que no conoces aún. No hubo opción, bajamos a la cocina para saludar y cenamos hasta que tú dijiste que te ibas. Yo gimoteé un rato pero al final no tuve más que aceptarlo. Salí a la calle para acompañarte a tomar el bús, porque ya no estábamos más en Etla, era otra vez tu ciudad, con frío y lluvia. Te acompañé hasta donde siempre te acompaño. Todo el tiempo te fui pidiendo que te quedaras, no habíamos tenido un solo momento para ponernos al día, no me habías contado nada. Pero tú no podías o no querías. Llegamos a la terminal y te compré una paleta de pollo enchilado con la condición de que te quedaras hasta que terminaras de comerla. Aceptaste y buscamos un lugar donde sentarnos y hablar sin tener que gritar. En el camino nos encontramos a un grupo enorme de estudiantes de secundaria con obesidad mórbida saliendo de clases. Fui acosado por esos adolescentes de todas las formas posibles, tú dejaste atrás a las voluminosas chicas que bloqueaban el camino y volteaste a verme desde el otro lado mordiéndote los labios. Las malditas chicas no me dejaban pasar, eran muy grandes como para empujarlas, una era del tamaño de una camioneta. Tuve que recurrir a los dientes, mordí a dos que gritaron como cerdos y huyeron despavoridas dejando espacio para que yo pasase. Casi sin aliento te alcanzé, entre las manos tenías el palito de la paleta. "Ya terminé" dijiste y te fuiste.