domingo, 15 de junio de 2008

Hoy me duele el estómago. Ahora que lo pienso no es raro, toda la semana me ha molestado; amanezco lleno, harto, feo. Así empieza un mal día. No tengo buenos, hay que hacer la observación. Los brazos de mi madre ya no alcanzan para cubrirme y ella siente su casa más vacía. Odio verla sola; últimamente el trabajo la ha hecho olvidar su soledad y solo de pensar el momento en que todo quede hecho y ella vuelva a casa me parte el corazón. Carajo, cuando sea grande quiero tener los cojones de mi madre. Me doy cuenta que ya no es la misma. Su piel lo indica. Yo también envejezco. Si me preguntan por mi vida dentro de 20 años responderé que no existiré para ese momento. Mi hedonismo no lo permite. Nunca tendré los cojones de mi madre. Mi novio dice que quiere tener una casa (suya, no menciono propiedad de los dos); mi madre con 5 años más que yo consiguió la suya. Me siento inferior por mucho a ella. Mi madre cumplió años ayer. Solo convivimos en la mañana antes de salir al trabajo. Cuando era niño solía oler su ropa para no llorar. Clavaba mi nariz en su pecho cuando llegaba y ella me preparaba fresas con crema. Cuando era niño me prometí nunca dejarla. Mi miedo ahora es que ella me deje a mí. Mi mamá cocinaba en calzones. Mi mamá eructaba en la mesa. Mi mamá lavaba los sábados en la mañana. Mi mamá maldecía cuando se golpeaba. Así era mi madre. Los años la han suavizado. Pero mi madre sigue siendo una cabrona. Cuando sea grande quiero tener los cojones que tiene mi madre.

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